Pierde Rivera y la sociedad, pero solo un poco

Aunque en parte sí ha sido una sorpresa, no hagamos dramas, porque el país ya estaba hecho unos zorros antes de que el zagal de los caciques palentinos se hiciera con el mando del principal partido de los herederos del Movimiento. Lo único que suma este pimpollo es un poco más de vulgaridad –con ese aroma a paleto rancio con ínfulas, muy del agrado del votante de la formación–. Bueno, y un puntito de principios para gente de orden y naftalina.

Porque eso sí: este muchacho es de esos que sienten la ideología y no solo se aprovechan de ella y de la debilidad intelectual de los votantes para vivir del cuento, como hace el 99% de sus compañeros de partido. Este es un neocon a la española: clasista, unionista ‘patriótico’ nacional-católico, antiabortista, y muy de que nadie dé el tostón con lo de la cuneta del abuelo, con las historias esas de igualdad que tanto le repugnan o con los derechos civiles de las minorías que atenten contra la tradición. Dicho de otra forma, es un auténtico carca nacido en los ochenta. Un cateto con chorreras. Un ‘viejoven’ facha, para que nos entendamos. Servil con el poderoso y estricto con el débil.

De todas formas su elección sí significa algo: el fin de un periodo de contrarreforma superado sin más contratiempos. Un ciclo en el que hemos perdido los pocos derechos que nos quedaban de la época de respuesta social-liberal oligárquica que tocó su fin con la caída del muro. Y significa también el ocaso definitivo del más que agotado impulso de reacción reformista del 15 de mayo.

Con la culminación del ciclo volvemos a composiciones manejables por el poder en las que sobran partidos instrumentales. Y Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, va a ser el primero que lo sufra, porque de repente se ha convertido en una redundancia –inútil, como todas las redundancias–. El desplazamiento hacia la ultraderecha discursiva y de imagen del PP con su nuevo líder deja sin espacios de diferenciación a los de Rivera. Y de momento son los únicos que van a sobrar, porque a nivel marketing el PSOE lo está haciendo muy bien –en un país con nula cultura política– a la hora de venderse como centro-izquierda, que es donde Sánchez quería que le percibieran. Y el cuarto en disputa, un Podemos residual que juega el papel de palanca desde la izquierda moderada, puede sin duda ocupar el espacio que tradicionalmente ha pertenecido a Izquierda Unida, aunque con algo más de presencia y bastante menos de programa.

Lo dicho, no dramaticemos. Este país ya estaba desmembrado antes de que apareciera este pollino. Ahora si queremos será un poco más ridículo, más vergonzoso y lamentable, pero nada que no podamos asumir igualmente. Total, ¿qué nos puede alterar o hacer pensar a estas alturas?