En 2007, la BBC preveía terribles olas de calor en 2020 por el cambio climático. La de 2018 es peor
Llevamos hablando del cambio climático mucho, mucho tiempo. Si bien es cierto que los acuciantes acontecimientos de la última década lo han convertido en una urgencia inevitable en el debate público, el cambio climático lleva siendo parte de nuestra conversación mediática, como poco, desde el inicio de la pasada década. Estudios, reportajes, programas de televisión y documentales lo exploraban con profundidad hace quince años, aunque su penetración fuera menor.
Cualquier viaje a la hemeroteca lo revela. Y dado el amplio caudal de previsiones que los científicos han vertido sobre el clima del planeta durante tantos años (recordemos: contamos con previsiones para fechas tan lejanas como 2300, y sí, son mucho más útiles de lo que se tiende a creer), observar cómo creíamos que variarían los fenómenos meteorológicos y cómo han variado ahora que nos aproximamos a fechas críticas es un ejercicio tan divertido como espeluznante.
Pensemos, por ejemplo, en el extenso documental producido y emitido por la BBC en 2007. Narrado por David Attenborough, la voz reconocible en todos los grandes documentales sobre la naturaleza del planeta desde mediados del siglo XX, Climate Change – Britain Under Threat exploraba qué sería de las buenas islas británcias en el futuro si la tendencia del calentamiento global se sostenía. La narración llevaba desde la evidencia científica disponible para acreditar el cambio climático hasta modelos que estimaban los resultados del fenómeno a lo largo de Gran Bretaña.
Para ello recreaba en el futuro situaciones achacables al cambio climático, como temperaturas extremas, variaciones radicales del tiempo o inundaciones, y se adentraba en fechas ya no tan lejanas como 2020, 2030 o 2050. Quiso la providencia que la BBC dramatizara a uno de sus meteorólogos presentando el tiempo durante el verano de 2020, y explicando cómo las particulares olas de calor del mañana obligarían a Inglaterra a vivir bajo el sofoco perenne de los +30 ºC.
Pese a que la cifra puede resultar irrisoria en latitudes más meridionales (la Valencia de marzo envía un afectuoso saludo), cualquier viaje estival a Londres revela hasta qué punto la percepción británica del calor es distinta a la nuestra. Pues bien, aprovechando la ola de calor que durante semanas ha castigado a Europa, Gonzalo Saenz de Miera recuperaba en Twitter el hipotético mapa del tiempo de 2020 imaginado por la BBC… Y el mapa del tiempo real para Reino Unido en agosto de 2018.
¿Resultado? No es que las previsiones fueran exageradas: es que dos años antes de llegar a la fecha la situación es bastante peor. Londres, Birmingham o Liverpool afrontan un verano con máximas diarias de 31 ºC y 33 ºC.
2007 llevaba razón
Es decir, sí, las advertencias de los científicos y de los expertos en materia climática llevaban razón en sus lejanas advertencias de 2007. Una década larga después, Reino Unido se enfrenta a exactamente la misma situación que Attenborough y su equipo de guionistas dibujaban por aquel entonces. Pese a lo que tendemos a pensar, los riesgos planteados por la comunidad científica sobre el cambio climático (extinciones, derretimiento de los polos, aumento del nivel del mar, desertificación, migraciones humanas drásticas, etcétera) no surgen de la nada.
La ola de calor prevista en 2007 resultaba lejana. La de 2018 no. Reino Unido lleva desde mediados de junio en alerta por altísimas temperaturas prolongadas a lo largo de todo Gran Bretaña y de todo el verano. Rincones siempre huraños al calor como el norte de Escocia o Irlanda del norte han superado con frecuencia los 30 ºC, y puntos más al sur como Kent han marcado máximas históricas de 35 ºC. Más allá de la puntualidad, la relevancia estriba en la regularidad: está siendo un verano muy largo y muy cálido para todos los británicos y para el norte de Europa en general.
La situación es tan excepcional (y preocupante) que un vistazo desde las fotografías aéreas revela cómo Reino Unido, siempre verde, se ha coloreado de marrón este verano. Seco.
Lo hemos visto en el Ártico, por ejemplo, donde un sinfín de temperaturas anormales desde Helsinki hasta Oslo han provocado que grandes lotes de masa forestal en el norte de Suecia hayan comenzado a arder. El país lleva lidiando un mes con una ola de incendios inédita durante la última década con al menos una docena de focos ubicada por encima del Círculo Polar Ártico. La situación es similar para el resto de Europa, donde la sequía ha tornado ya en alarmante.
Ya sea por la noche más cálida jamás registrada en la historia reciente de la Tierra (Omán, mínima de 42 ºC) o por las decenas de muertos que Canadá y Estados Unidos portan a sus espaldas, la ola de calor del hemisferio norte se aproxima mucho a lo que los documentales de 2007 intuían. El acierto va más allá de regiones propensas al calor, como la península arábiga o el Mediterráneo. Indican que otras latitudes templadas se están aproximando a su ya habitual descomunal calor.
¿Lo más perturbador? Más allá de la ola de calor, el claro contraste con lo sucedido hace algunos meses, cuando otra extraordinaria ola de frío siberiano sumergió al continente europeo bajo la nieve y el temporal. A cada ola de frío, con mayor frecuencia, le sucede otra de calor. Prueba de que las dinámicas climáticas se están extremando (aunque en el Ártico siempre parezca hacer más calor del que debe). Este escenario es cada día más plausible.